Conocí los libros de artista de Francisca Aninat en una muestra privada que organizó la galería D21, que duró una tarde. Antes había visto sus pinturas e instalaciones. Esa vez mostraba Libros de ausencia. Recuerdo que pasé con curiosidad, y me fui aún más intrigado al mirar y tocar unos volúmenes, densos y delicados, hechos a mano, en los que la edición, las texturas elegidas, los colores y las tipografía son esenciales. Cada página pertenece a una estructura acotada, es una pieza visual en sí. La encuadernación funciona como un elemento que reprime, aglutina y envuelve. Los poemas se despliegan al igual que las manchas. Las frases van sumándose hasta conformar un texto breve que le da título a cada libro. Son trabajos en los que letras y dibujos se fusionan, se leen versos que hablan de paisajes y sensaciones íntimas, donde la pintura es un gesto y las palabras una expresión sutil, directa.
Me atrevo a pensar que estos libros destacan por su tono lírico. Quien asocie las imágenes con lo que dicen los versos, notará la ausencia de un yo sentimental, fragmentario. Francisca Aninat constituye un sistema poético, donde la elegancia y la economía de lo abstracto se mezclan con una voz que alude a bosquejos mentales impregnados de melancolía. Hay algo silencioso y secreto en estos libros. Son densos materialmente, se sienten en los dedos al dar vueltas las páginas, tienen peso y firmeza. En ellos no hay fotos, ni realismo de ninguna especie de gráfica. Tampoco mensajes. Aninat prefiere moverse por territorios ambiguos. Lo que se observa es la pintura delineando el rastro omitido. Quedan huellas de lo que pasó en papeles de diario cosidos, jirones de telas, esbozos de escenas. Unidos articulan una sintaxis que determina lo original de esta artista.
Hace unos días, en la feria Chaco, me fijé que había una pequeña galería de libros de artistas. Fui y me encontré con la obra Avenida las palomas de Francisca Aninat. Es otro un libro de esta autora que explora el vínculo entre poesía y plástica. Más gráfico que los otros, despojado y limpio, en él se puede leer un poema conmovedor y leve: “la calle donde crecí / vivíamos alrededor de la marea / mi casa era como un puente / todo de madera / habían doce habitaciones / recuerdo la tierra / tres días y medio / caminatas nocturnas / avenida las palomas / madrugada”. Este texto está escrito para ser leído lentamente. Se abre un espacio en medio de la escritura a mano de testimonios ajenos. Es un poema triste, escrito sobre páginas transparente que esconden pequeños grabados azules con una iconografía simple y brutal.
Los libros de Ausencia y Avenida las palomas son trabajos sobre la pérdida y el extrañamiento. Objetos que implican pensar en las posibilidades expresivas y el significado de los libros. Desde antiguo funcionaban como símbolos o metáforas de la memoria, del universo, de lo oculto, de la historia o del rostro humano. Los libros de Francisca Aninat generan estas asociaciones. Solicitan un espectador dispuesto a leer entre líneas, atento a los detalles. Es el tiempo que involucra contactarse con obras sin estridencias, que se juegan en la compleja fusión de dos artes, ligados desde siempre: “Ut pictura poesis”, sentenció Horacio en su Arte poética.
¿A qué se asemejan los libros de Francisca Aninat? A nada que conozca, sería mi respuesta firme. Y sé que la originalidad suele ser un espejismo. Si bien ellos se ven las sombras de figuras como Helen Frankenthaler o Emily Dickinson, tienen una autonomía que les da una condición única por su consistencia. Los referentes se pierden, no son definitivos a la hora de apreciar estas obras. Contemplar cómo se relacionan las artes, los reflejos y sus connotaciones, genera un placer esencial.
Sospecho que la tradición de realizar libros de artista cobra un especial sentido ante una realidad que descansa en lo virtual. Son una respuesta concreta y sentimental a la erosión del aura, una forma de resistir y criticar lo que se entiende por arte y literatura.