En nuestra disposición psíquica subsiste un orden de experiencias que está lejos de la comunicación, lejos de la conversación, por cuan- to no es traducible a una esfera temática. Se trata de episodios que recordamos haber vivido o soñado —a veces intensamente—, pero que permanecen para siempre en la punta de la lengua o en un pliegue de la conciencia, sin que encontremos las palabras indicadas para su descripción.
Hacia allá, me da la impresión, se dirigen los “pasos continuos” de Francisca Aninat, o sea sus hermosos textos indagatorios, que se plantean como poesía en la medida en que se sostienen en una cadencia mental y en lo que se podría denominar una “emoción material”. Lo que hacen los pa- sos continuos es merodear en forma sostenida por el pasado más remoto y fronterizo o por los deslindes del sueño para aclarar escenas de relativa oscuridad.
El mundo reconstituido por estos textos está hecho de deslumbramiento, de extrañeza, de exploraciones, de espejos, de jardines, de parques, de carreteras, de habitaciones vacías y de un tamiz general de irrealidad que todos reconocemos. Es un trasfondo sin el primer plano, por el cual se cruza eventualmente un rostro, una presencia, el fragmento de un diálogo. La belleza incógnita de Pasos continuos radica en la precisión con que se registra aquello que está a punto de desvanecerse.
Roberto Merino