'Una nota sobre tres piezas de Francisca Aninat en Galería 21' · JUSTO PASTOR MELLADO

Nunca habíamos tenido frente a nosotros  la presentación de un riesgo autobiográfico en la obra de Francisca Aninat.  En el arte, “decir yo” es de una complejidad que pone en cuestión el lugar del sujeto de la enunciación y de las condiciones de formalización de su producción. En la practica artística, la autobiografía es un riesgo formal de envergadura. 

 

En el montaje de Francisca Aninat hay  tres piezas. Una mesa de exhibición de objetos, una pintura y un libro. La mesa establece una relación con trabajos anteriores, que han sido organizados a partir de una solicitud formulada a personas que se encuentran en situación de espera. Esta vez, se trata simplemente de solicitar a personas que están a punto de hacer otra cosa, realizar rápidamente una “manualidad” con elementos simples de uso cotidiano que la artista les proporciona. Aquí, el giro es clave: no hay objetos encontrados sino objetos solicitados, que vendrían a ser una modalidad suplementaria del objeto encontrado modificado. Ciertamente, modificado por las condiciones de una solicitud que desencadena una situación de  transferencia.

 

El libro -por su parte- cabe en el género del “libro de artista”, confeccionado como un incunable, a partir de dos momentos: el primero es un comentario escrito de la lectura de un poema de Wordsworth que la artista recupera de una caja de recuerdos de viaje, en que el poeta habla de la ausencia y de la imposibilidad de recuperar la presencia de la voz; el segundo remite a otra solicitud realizada a personas apuradas que deben dibujar de manera muy simple el recuerdo  de un sueño que hayan tenido durante la noche anterior.  Las imágenes recolectadas de esta transposición de residuos psíquicos son luego transferidas  mediante un procedimiento escolar de entintado para ser  impresas como condensación gráfica de un deseo truncado. 

 

Finalmente, la pintura expuesta corresponde a una obra realizada en una época próxima a su conocimiento del poema de Wordsworth, en un momento previo a la partida de un largo viaje de estudios. 

 

Estos son los elementos de un problema que Francisca Aninat expone y que se podría caracterizar como el momento crítico de recomposición de una subjetividad  averiada. Los objetos producidos por las personas con las que establece una negociación que compromete la reparación de unos estados de ansiedad son dispuestos como una acumulación de objetos transicionales, en donde queda expuesta la disposición traumática a resolver:  el sentimiento de abandono y de condensación de un objeto materno faltante. 

 

Lo que está en juego aquí es la noción de “casa” o de “país natal” del arte, que aborda la puesta en crisis de sujetos que deben abandonar un campo artístico para acceder a otro, en el que debe  enfrentar las exigencias que implica el reconocimiento de una posición. De este modo, la exhibición de la pintura cumple el rol de poner en evidencia la memoria de su propio abandono: abandono de la pintura y pintura del abandono. En este sentido, es preciso poner atención en el modo cómo fue realizada. Pintó una tela de gran formato. Digamos, una pintura informalista.  Luego se dispuso a cortarla  en cintas más o menos regulares, hasta dejarla convertida en un montón de vendas manchadas que producen un volumen de dimensiones determinadas en el suelo.  En síntesis, transformó una superficie en una confusa y abigarrada acumulación  de materia cromatizada (manchada).  Luego tomó una a una  las cintas y reconstruyó la tela, “restaurándola”  mediante una operación de costura rápida, que consistió en hilvanar los bordes de una cinta con otra, para regresar al estado inicial de la “escena primordial” de la pintura. Esto tiene por objeto fijar la atención sobre las relaciones complejas entre un soporte de origen  y la merma de su reconstrucción; o más bien, la reconstrucción mermada de su referente original. Lo cual se conecta con la solicitud realizada a las personas para “montar” unos objetos que reproducen una merma de traspaso, al ejecutar una acción luego de escuchar la voz que define las condiciones de su factura, como si esta voz fuese el fondo arcaico de un mandato que encuentra su concreción temporal en este pensamiento objetualizado.  

 

Valparaíso, agosto 2014